“Mil millones de años hace, un mundo en formación comenzó a soñar imágenes de vida. Colores premonitorios, sensaciones y formas que habrían de transitar un día sobre su piel de agua y roca. Rodinia se soñó albergando armonía, pero se soñó también rota y herida por la enfermedad incurable del cáncer de nuestra especie. Los fragmentos que se presentan aquí son solo momentos de su mundo de sueños.”

Con estas acertadas y poéticas palabras, la misma Celeste González, (Celestia), mujer, fotógrafa, soñadora, nos trae el tejido de su propuesta, descripción de un enjambre de imágenes icónicas que valen más que mil palabras para hacernos el retrato de la vida, citada como los relatos de una novela, científica y cierta, de Sir Charles Darwin.

La vida de esas especies animales y vegetales, que ya hace mucho entre vómitos y cataclismos han desaparecido. La vida de esos seres minera-vegeta-animales, donde los seres son ánimas, vida, como verdaderamente lo son, dadores de vida, sustentos de vida. Donde no es remoto, que en un futuro en el proceso de la evolución pueden aparecer.

Eso si, no sabemos si a la Rodinia, (la vida) en su caminar, en el parpadeo de sus trasnochados sueños dormidos, en sus sonámbulos sueños despiertos, el cáncer de nuestra especie “humana” (entre paréntesis), al fin la deje con vida.

Así como los europeos en Mesoamérica, con la pesadilla andando, hace ya más de quinientos años, nos dejaron algunos de los milenarios códices o libros de nuestros antepasados, parecido pero en sentido contrario, Celeste González, saca el lente de su cámara y la brújula de su pasión y nos obsesiona con trece de sus fotomontajes.

Lo de ella va más allá del momento propicio, del juego de la luz movida por corpúsculos inundando el paisaje, de la ventana abierta al paisaje celeste de nubes amordazadas en la espera de un pájaro fósil, para ilustrarnos con sus poemas - fotografías, asuntos que sólo pueden ser poemas. Crisálidas que vuelan como mariposas en el espacio sideral, mar y cielo invertidos, con el ojo muerto del pescado y el ojo humano que asoma como marco en una pared de fondo.

Vestigios entronizados en la perspectiva atmosférica, nubes con caras del sucio león de la industrialización en paisajes de ramas y troncos de páginas volteadas. Pájaros clavados en las ramas en el color del cielo de otro planeta. Telégrafos de la Edad de Piedra.

La foto del paisaje de una Managua del futuro, campo raso que refleja en el agua de un lago todavía existente, los rostros muertos de los edificios que un día, hablaban con pregones y baratas en la calle. Árboles transfigurados en lava hirviente, como pintada con los fluorescentes colores de un afiche sicodélico de los años sesenta.

Cada fotografía en número de trece es un sueño. Una visión surrealista de una nicaragüense duenda daliniana, que no hace el zapateado ni olvida la tragedia. Imágenes de seres que nacen y mueren para soñar y por soñar. Sueños que navegan y naufragan en, parafraseando a Alfonso, un trozo azul que tiene mayor intensidad que todo el cielo

El sueño de una mujer que pare hijos de piedra volcánica y de maíz. Clorofilas que enseñan mujeres en paisajes morados como la damas barrocas de corsé de pita y tupidas faldas de tuza. Fotografías van más allá de la fantasía de los cuentos que a veces ilustra. Como la vegetación animalesca del jardín de la Bella y la Bestia. O un Jardín de las Delicias de Jerónimo el Bosch, con infierno incluido.

Los sueños de Rodinia son sueños con vida propia. Ellos mismos figurando seres estrafalarios, tiernos y bellos extraños Stradivarius, materializados en fotografías reflejos y nuevas creaciones de nuestra era contemporánea que con su mundo fantástico, que aportan al arte nicaragüense, con otra interpretación y creación del paisaje nicaragüense, sembrando una verde semilla que pequeñita y carnosa ya crece en nuestro patio.